En la época Medieval, el ser
humano se consideraba un elemento más de la creación de Dios al igual que las
plantas, los animales, la tierra o el agua. El hombre estaba en siempre en
contacto con el medio que le rodeaba, de tal modo que la naturaleza formaba
parte de su vida cotidiana.
Los hombres y las mujeres de todas
las clases sociales sufrían la dureza del medio físico. Tanto los nobles como
los humildes recurrían al fuego para combatir el frío. Gracias a la leña o al
carbón vegetal, el frío podía ser controlado. Durante el invierno, las casas
eran el refugio más empleado para pasar los inviernos. Las familias solían
utilizar numerosas ropas y entre ellas, las más importantes, las pieles.
En el verano, los hombres y mujeres
sólo podían hacer frente al calor con los baños o con las gruesas paredes de
las iglesias y los castillos.
Además de la temperatura, las distintas estaciones traían consigo una
importante limitación: el uso del tiempo. Ello provocaba que durante la noche,
las actividades se redujeran a la mínima expresión. Las corporaciones laborales
prohibían a sus miembros trabajar durante la noche, ya que ella estaba
destinada para la pausa y el reposo. Se prohibía trabajar de noche porque
existía la posibilidad de provocar un incendio debido a la escasa visibilidad.
No cabe duda de que la sumisión del hombre a la naturaleza se hace
evidente con motivo de la aparición de grandes catástrofes tales como los
incendios, las pestes, las inundaciones y sequías. Los incendios por ejemplo
eran habituales en esta época. Se propagaban fácilmente debido a que las casas
de los campesinos estaban hechas de madera.
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